| MADRID, ALCALÁ DE HENARES (ALCALADIGITAL) La edad suele hacer templar a los  hombres, hacerlos más justos, serenos, reflexivos, les hace valorar ciertos  conceptos que en sus años jóvenes requerían otro tipo de comportamiento. Sin  embargo determinadas personas que llegan a la política en plena juventud, que  sin experiencia “tocan poder”, con el tiempo la tendencia suele hacerlos  soberbios, pedantes y malévolos. El emperador romano Calígula tuvo buenos  comienzos pero poco a poco cayó en su propia egolatría con los resultados  conocidos. En Alcalá de Henares existe un alcalde  que la mitad de su vida se la ha pasado en el ayuntamiento, apenas conoce la  calle, a la que solo utiliza buscando el voto fácil, se muestra petulante  tratando de encontrar la complicidad del pueblo asistiendo a mil y un eventos,  e incluso se atreve a autoproclamarse el alcalde que gobierna para todos los  alcalaínos.  Palabras huecas, vagas y demagógicas.  Cuando una alcalde gobierna tomando decisiones personales se convierte en un  cacique, y esto es en lo que se ha convertido Bartolomé González sin que en su  partido se atrevan a la mínima crítica, ya que automáticamente se es  defenestrado, y aquí hay estómagos agradecidos.  El caciquismo es la dominación o  influencia del cacique de un pueblo o comarca.   En su segunda acepción según el RAE, el caciquismo es la intromisión  abusiva de una persona o una autoridad en determinados asuntos, valiéndose de  su poder e influencia. Bartolomé González es digno heredero de  aquellos caciques que a principios del siglo XX se convirtieron en un verdadero  cáncer para sus gobernados, quienes aumentaron los impuestos, manipularon su  voto, privaron de libertades  y  empobrecieron bajo pretextos de ofrecerles mayor explotación para sus tierras.  En el ayuntamiento de Alcalá de Henares con un equipo de gobierno títere,  Bartolomé González diseña la estrategia de la imposición, donde tan solo con la  inexperta UPyD mantiene un consenso de tolerante vasallaje buscando ampliar en  el tiempo una salida “digna” para sus intereses personales de negocios  personales. El Partido Popular en Alcalá de Henares  en manos de Bartolomé González se ha convertido en el partido de pensamiento  único, donde se toman decisiones unilaterales, ajenos a una democracia que en  el fondo a muchos de sus miembros les repugna.
 Cuando hablan de eso del “buen rollito”  solo hacen muestra de su inestabilidad y debilidad para tomar decisiones  consensuadas de gran calado económico y social.
 Cuando perdió la mayoría absoluta  Bartolomé González parafraseó “algo hemos hecho mal”. A partir de aquellas  palabras existió la esperanza de que el acto de contrición hecho a renglón  seguido llevara a escuchar a los críticos de su partido, el utilizar el plural  en sus palabras no dejaba lugar a dudas, eran otros los que se equivocaron, yo  no. Los hechos han demostrado que jamás tuvo  pensamiento en seguir la ruta marcada en su discurso de investidura,  discriminando a ciudadanos que no piensan como él o a medios críticos hacia su  persona y su gestión. González pone la mordaza a partidos y prensa en pleno ejercicio  de “su libertad de expresión”, con total desprecio de la Constitución. Como el inexorable paso del tiempo es el  que da y quita razones, González con la edad en vez de conseguir aquellas  virtudes dignas de la madurez como es el saber mantener el equilibrio respecto  a la manera de ser, actuar y resolver las distintas situaciones conflictivas  con equidad, se ha amparado en las urnas para dar legitimidad al desgobierno,  la prepotencia y el autoritarismo ante los súbditos que pagan su sueldo. Solo una persona que en alguna forma ha  cuidado de cosas y personas y se ha adaptado a los triunfos inherentes al hecho  de ser generador de productos o ideas puede madurar gradualmente.  A día de hoy Bartolomé González al igual  que les pasa a los boxeadores pasados de años y de fuerza física, es un juguete  roto, es un boxeador “sonado” lanzando los brazos al aire en multitud de  direcciones para acabar siempre impactando en el más débil. Que pena. |